mercredi 18 avril 2007

Lejos de casa, lejos del alma

Hace casi ocho meses que estoy en Francia, vine para hacer un Master en nuevas tecnologías y edición. Cuando despierto nunca sé en qué punto del planeta estoy, es una sensación extraña; me dicen que es natural. Nunca es natural estar lejos de uno.
Pero no quiero hablar sobre lo difícil que es despertar en una cama extraña sino de algo en lo que he reparado y que me sorprende.
No deja de sorprenderme comprobar que estoy rodeada de gente a la que se le ha escapado el alma. No pretendo en estas líneas agotar un tema que la filosofía no ha podido, simplemente quiero destacar que la mayoría de la gente que cruzo por la calle, no tiene alma.
Los franceses son feos pero no de esa fealdad que se resume fácilmente en atributos sino esa fealdad de la gente que es un fantasma (en sentido griego del término). Gente que es una copia de alguna cosa que alguna vez quizás existió en algún registro de realidad.
Los franceses son feos pero, sin embargo, es lindo verlos pasearse por la calle, mostrando sus lindas ropas y sus joyas de diseño.
Los franceses son feos porque hace tiempo que no viven sino para mostrar una máscara extraña de orgullo y decepción, de belleza comprada en pote y de soledad masticada en más soledad.
Los franceses son feos porque viven disfrazando todo lo que podría mostrar una cara humana de su vida.
Los franceses son feos pero escriben buenos libros.

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